A propósito de estilos

By Eduardo Gutierrez
Más allá de cierta retórica sexista que se percibe en muchos de los balances que se hacen del primer aniversario de Michelle Bachelet al mando de la nación, lo cierto es que sería absurdo negar que se conmemora un año complejo para la clase política en general y para el Gobierno en particular.

En el caso del Poder Ejecutivo, éste tuvo que lidiar con un par de problemas que no estaban en los cálculos de nadie: la revolución estudiantil y el escándalo de Chiledeportes. Ambas coyunturas consumieron buena parte de la agenda del segundo semestre del año pasado. Pero cuando se mira con serenidad el panorama y se intenta separar la paja del trigo, uno podría concluir que, al mismo tiempo que ambos temas fueron abordados con decisión –a través del informe de la Comisión de Educación Superior y los anuncios de la agenda de probidad-, el Gobierno, antes de cumplir su primer año calendario, se dio maña para anunciar un conjunto de medidas que dieron forma a uno de los principales ejes del Gobierno: la reforma previsional, en el marco de un sistema de mayor protección social.

Con todo, y como lo señaló Soledad Alvear, quizás éste haya sido “el primer año más difícil de todos”. Dicho juicio me parece correcto, entre otras razones porque también las tareas han sido más difíciles. Se asumió esta cuarta administración concertacionista con una gran expectativa, a lo que se sumaron gestos audaces por parte de la Presidenta, como fue conformar un gabinete paritario y reemplazar a los principales cuadros que habían monopolizado el diseño y ejecución de las políticas públicas en el Gobierno central. Esta administración, desatendiendo cierto oportunismo político tan presente en nuestra clase política, decide afrontar desafíos que ciertamente no reeditan electoralmente a corto plazo, pero que definitivamente contribuirán al bienestar de varias generaciones futuras; la reforma previsional y el nuevo sistema de transporte serán un buen ejemplo en los próximos años.

Ahora bien, muchos de los problemas que ha enfrentado este Gobierno tienen bastante poco que ver con la forma y el estilo de conducción de la Presidenta, y sí con evidentes déficit que ha evidenciado nuestra clase política: por una parte, una coalición gobernante que comienza a exhibir notorias señales de desgaste, ausencia de un proyecto común y continuas muestras de desafecto, y por la otra, una Alianza por Chile cuyo nivel de virulencia supera todo lo que pudimos haber imaginado.

Yo no tengo recuerdos de una oposición tan destructiva, tan negativa y tan poco propositiva como la que hemos visto en estos meses. Un conglomerado cuyo único norte ha sido la descalificación personal e institucional de todo aquello que represente peligro para sus posibilidades electorales en el futuro. Sin ningún pudor han afectado la honra de tantos, como si en el camino para acceder al Gobierno fuera necesario quebrar o destruir la voluntad de sus adversarios. Así por ejemplo, lo que se hizo con Loreto Ditzel fue un cobarde asesinato de imagen, el que –a la usanza de estilo de la mafia- concluye con un reconocimiento del victimario hacia el noble gesto de la víctima. ¿Qué ofrece esta oposición a los chilenos? ¿Dónde están las propuestas para un Chile mejor? ¿Qué sueño de país puede haber detrás de tan agrio desempeño? Pasan los días, las semanas y los meses, y la cosecha de todo este esfuerzo por desprestigiar al Estado, sus instituciones o sus actores no ha logrado otra cosa que acrecentar el descrédito de lo público. En un escenario como éste no hay ganadores, pues todos perdemos. Pierde el Gobierno y la oposición, crece la desconfianza frente a las instituciones y el cuestionamiento a la legitimidad de nuestro sistema democrático. En definitiva, pierde una vez más la ya alicaída actividad política.

Mención aparte merece esta verdadera obsesión que la Alianza por Chile tiene con el ex Presidente Ricardo Lagos. No deja de ser paradójico que la gran mayoría de los dirigentes de la oposición hace poco más de un año no sólo callaban sus críticas al Gobierno, sino que se sumaban con entusiasmo a los reconocimientos para quien dirigiera la anterior administración. En efecto, se peleaban por destacar a Lagos como el “último estadista”, se declaraban orgullosos de cómo se conducían las relaciones internacionales, de su mirada de país o de la familiaridad con que se codeaba con los más altos dignatarios del planeta. Lagos era reconocido, respetado e incluso amado, según supimos todos por boca de un destacado dirigente gremial.

Pues bien, bastó que dejara la primera magistratura, y que en el imaginario de muchos se transformara en una posible alternativa para otro Gobierno de la Concertación, para que se desatara esta cacería sin cuartel. ¡Qué fácil resulta criticar cuando se sabe positivamente que el adversario no puede contestar! En efecto, la caballerosidad republicana indica que la principal figura política de un país debe guardar silencio para ceder protagonismo a quien es su legítimo sucesor, según lo han dispuesto los propios ciudadanos. Con el corazón en la mano, y si en Chile los ex presidentes nunca más pudieran postularse a la primera magistratura, ¿estaría la oposición hablando como habla de Ricardo Lagos Escobar? La última vez que la derecha obtuvo un triunfo democrático fue en 1958. Entiendo que esté cansada de perder una y otra vez las elecciones. Lo que no entiendo es que esté dispuesta a hacer cualquier cosa para no perder la próxima
LND
 

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