Para tener en cuenta...

By Eduardo Gutierrez
Las recientes declaraciones de una distinguida vicepresidenta de Renovación Nacional, donde se hace referencia a posibles tratativas políticas entre su partido y cierto sector de la Democracia Cristiana, han vuelto a poner en el tapete el viejo tema de los humanistas cristianos.

Dicha marca o sello ha sido un patrimonio pretendido por un amplio y variado espectro de fuerzas políticas y movimientos sociales. En efecto, desde agrupaciones reaccionarias tipo Fiducia (Tradición Familia y Propiedad) hasta los cristianos por el socialismo, que tuvieron su inspiración en la Teología de la Liberación, han pretendido ser los fieles representantes de dicha doctrina.

Desde un punto de vista religioso y espiritual, hace ya muchas décadas que las iglesias en general, y la católica en particular, renunciaron a la pretensión de verse reflejadas en un partido político concreto. En efecto, la inspiración cristiana no tiene necesariamente que ver con convicciones religiosas, sino más bien con influencias filosóficas que determinan una particular forma de ver y concebir al mundo y la política. Sin ir más lejos, destacados militantes de la Democracia Cristiana se han declarado agnósticos: pienso en Genaro Arriagada, Edgardo Boeninger o el mismo Jaime Castillo Velasco, uno de los más importantes ideólogos de ese partido.

Hago esa precisión porque con motivo de la elección de los últimos dos Presidentes de la República –Ricardo Lagos y Michelle Bachellet–, que declararon abiertamente su agnosticismo, se trató de utilizar mañosamente ese hecho para lograr mayores dividendos electorales. Se decía que la llegada de mandatarios que no profesaran la religión católica –que incluso eran separados, se quejaban los más conservadores– sería la puerta de entrada para la adopción de políticas públicas que promovieran la eliminación o el relajo de ciertas costumbres y normas morales. Dicho argumento no sólo resultó voluntarioso, sino francamente hipócrita. Así, por ejemplo, no conozco a ninguna persona católica y de derecha (¡a ninguna!) que el año 1990 haya preferido votar por Patricio Aylwin y no por Hernán Büchi, en condiciones de que este último se había declarado públicamente un “no creyente”.

En efecto, uno de quienes más flameó las banderas del humanismo cristiano en la última elección presidencial –me refiero al candidato de la derecha Sebastián Piñera– tuvo un comportamiento similar. De hecho, y pese a haber votado que No en el plebiscito –lo que por cierto lo liberaba de cualquier atadura con las fuerzas políticas que representaban a la dictadura–, el otrora locomotora de RN no sólo privó de su voto a Patricio Aylwin (quizás el mayor ícono del humanismo cristiano en nuestros tiempos), sino que cuatro años más tarde tampoco apoyó a Eduardo Frei Ruiz-Tagle en su postulación a la primera magistratura.

Entonces, más allá de las declaraciones verbales, parece plausible pensar que las apelaciones filosóficas y políticas con que muchos actuales dirigentes de la derecha pretenden seducir a uno que otro dirigente o militante de la Concertación de Partidos por la Democracia no son más que recursos electorales con escaso sustento en el tiempo. Renovación Nacional en general, y Sebastián Piñera en particular, se han desvivido por hacer guiños y gestos que no necesariamente se han correspondido con sus anteriores y actuales actuaciones políticas. Para decirlo en términos automovilísticos, señalizan hacia el centro, pero inevitablemente terminan virando hacia la derecha.

De ese modo, esta estrategia no tuvo ni podrá tener grandes dividendos. Veamos la siguiente reflexión: no creo que a nadie se le podría ocurrir un mejor escenario para que este discurso rindiera frutos que el que tuvimos la oportunidad de presenciar en la última elección presidencial: no había candidato democratacristiano, ese partido ni siquiera había culminado el proceso de primarias internas, y Piñera se enfrentaba a quien, se dice, era la postulante más izquierdista que había presentado la Concertación. El resultado es conocido por todos. La gran mayoría del electorado democratacristiano se mantuvo al interior de la coalición gobernante.

Con todo, todavía uno podría hacer ciertas preguntas para poner a prueba la sinceridad de estos prolongados aunque poco fructíferos intentos de seducción. Si son tantas las coincidencias entre los personeros de la DC y RN, ¿estarían estos últimos dispuestos a renunciar a su matrimonio con la UDI para constituir un nuevo referente de centro? Más allá de la retórica pública, ¿en qué consiste la proposición concreta?; es decir, ¿cuántos de los cupos a senadores y diputados que actualmente dispone RN estarían dispuestos a ceder a su pretendida conquista?

En cualquier hipótesis de un nuevo escenario político, la respuesta a estas dos interrogantes resulta fundamental. Con todo, aunque estas y otras preguntas se resolvieran –constituyéndose, adicionalmente, en una oferta atractiva y generosa–, sospecho que la gran mayoría de los electores del Partido Demócrata Cristiano preferirían quedarse donde están. Las razones para que los humanistas cristianos sean parte de una alianza de centro-izquierda en Chile no son sólo históricas o prácticas, sino también políticas y morales.

Jorge Navarrete.
LND
 

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